sábado, 23 de octubre de 2010

EL SINDROME DE LA INGRATITUD A OBAMA.

EL SINDROME DE LA INGRATITUD A OBAMA.
Por Charles Krauthammer

Traducido por Alfredo M. Cepero
(English version follows) 
En un intento cada vez mas desesperado por ofrecer una explicación al inminente colapso del partido en las elecciones que se avecinan, los demócratas han incurrido en lo que durante medio siglo ellos han atribuido a la derecha de este país: el estilo paranoico en política norteamericana. Hablan de conspiraciones tenebrosas—dinero secreto, influencia extranjera y grandes conspiraciones—con Karl Rove y Ed Gillespie dirigiendo el proceso tras bastidores. Lo único que ha faltado es el ángulo de Halliburton-Dick Cheney.

Pero después del fracaso de estos rumores, el Presidente Obama se ha aparecido con algo nuevo, algo menos común, algo mas digno de su estatura intelectual. Ahora nos ofrece una explicación científica, incluso neurológica, sobre sus actuales problemas políticos. Según Obama, todo parece indicar que el electorado ha perdido a tal punto su equilibrio mental a causa de sus ansiedades y temores que ya no es capaz de pensar con claridad. Parte de la razón por la cual “la ciencia, los hechos y los argumentos no han tenido éxito en convencer a la gente”—dijo el presidente a un grupo de Massachusssetts—“es porque los norteamericanos estamos predispuestos a perder el sentido cuando tenemos miedo.Y el país tiene miedo”.

En el proceso de iniciar una nueva rama de la ciencia del conocimiento—“la psicología liberal”—Obama ha descubierto un nuevo principio: un cerebro asustado esta predispuesto a actuar en forma errática y a votar por los republicanos.

Y de esto no deben caber dudas. Obama, después de todo, se ha pasado los dos últimos años proporcionando al “ciudadano común” los “Nuevos Cimientos” de una sociedad mas regulada, mejor estructurada y mas humana y, sin embargo, le pagan con una recalcitrante y desafiante oposición. Les ha dado plan de salud, plan de estímulo, regulaciones financieras y el inicio de “protege y negocia”—y el electorado se nuestra no solamente inconmovible sino ingrato.

Confrontado con este indescifrable acertijo, el Dr. Obama emitió un diagnóstico sobre una dolencia psicológica desconocida hasta este momento: el “síndrome de la ingratitud a Obama”. A causa del mismo, la totalidad de la población está tan agobiada por ansiedades económicas que ha quedado  neurológicamente incapacitada para apreciar “los hechos y la ciencia” sobre las que están basadas las leyes y las bendiciones que su presidente ha derramado sobre ellos desde las alturas.

Pero yo tengo una explicación mejor. Mejor porque se adhiere a un consagrado principio científico por el cual la explicación mas correcta sobre cualquier fenómeno es la mas breve y la mas simple. Y no hay nada más simple que el resultado de la encuesta Gallup sobre las inclinaciones ideológicas del pueblo norteamericano. Conservadores 42 %, Moderados 35 %y liberales (izquierdistas para los hispanos) 20 %. No es necesario aparecerse con nuevos síndromes o elaboradas ficciones para comprender que cualquiera que trate de imponer una agenda de izquierda sobre un pueblo definitivamente de centro-derecha—un pueblo que es un 80 por ciento reacio a la izquierda—va a confrontar un masivo rechazo.

Por otra parte, por encima de cualquier ideología está la realidad empírica. En este mismo instante, el modelo social demócrata hacia el cual Obama esta tratando de llevar con osadía y desparpajo al pueblo norteamericano se derrumba en Europa a pasos agigantados. No son solamente las probabilidades reales de un colapso económico del tipo de Grecia, España, Portugal e Irlanda que incluso podría llevar a economías más sólidas a serios problemas financieros. Es el obvio colapso moral de un sistema que, después de dos generaciones de una creciente tutela ciudadana de la cuna a la tumba, ha lanzado a millones de personas a las calles de Francia en violentas protestas nada menos que contra el incremento de la edad de retiro de 60 a 62 años.

Ante este espectáculo de lo que definitivamente puede ser calificado como decadencia, el electorado “predispuesto” contra Obama dice que NO, NO a nosotros y NO aquí. El “ciudadano común” ha visto el futuro—Grecia y Francia—y ha concluido que el sistema no funciona. Y de ahí la intensa oposición a la agenda de transformación de los “Nuevos Cimientos”. La lógica es impecable. Solamente los más confusos intelectuales se atreverían a introducir la social democracia en Norteamérica precisamente en el momento en que los ejemplos más famosos de este modelo en Europa se derrumban en forma caótica. 

Y este mensaje político no es realmente nuevo. Ya lo habían enviado con claridad meridiana las elecciones en Virginia, New Jersey y Massachusetts. En ellas los independientes—aquellos electores sin preferencias ideológicas hacia la derecha o la izquierda—votaron 2-a-1, 2-a-1 y 3-a-1 respectivamente contra los demócratas.

La historia de los dos últimos años es tan simple como es dramática. Es la épica historia de una administración con una agenda altamente ideológica confrontando la creciente resistencia del pueblo norteamericano con respecto a temas como el alcance y el tamaño del poder del gobierno y, aún más importante, la naturaleza del contrato social norteamericano. 

La decisión de esta cuestión tendrá lugar el próximo 2 de noviembre. Ese día el “ciudadano común” tendrá última palabra.


OBAMA UNDERAPPRECIATION SYNDROME<
By CHARLES KRAUTHAMMER=
   
    WASHINGTON -- In an increasingly desperate attempt to develop a narrative for the coming Democratic collapse, the Democrats have indulged themselves in what for half a century they've habitually attributed to the American right -- the paranoid style in American politics. The talk is of dark conspiracies -- secret money, foreign influence, big corporations, with Karl Rove and, yes, Ed Gillespie lurking ominously behind the scenes. The only thing missing is the Halliburton-Cheney angle. 


    But after trotting out some of these with a noticeable lack of success, President Obama has come up with something new, something less common, something more befitting his stature and intellect. He's now offering a scientific, indeed neurological, explanation for his current political troubles. The electorate apparently is deranged by its anxieties and fears to the point where it can't think straight. Part of the reason "facts and science and argument does not seem to be winning the day all the time," he explained to a Massachusetts audience, "is because we're hard-wired not to always think clearly when we're scared. And the country is scared."
    Opening a whole new branch of cognitive science -- liberal psychology -- Obama has discovered a new principle: The fearful brain is hard-wired to act befuddled, i.e., vote Republican. 


    But of course. Here Obama has spent two years bestowing upon the peasantry the "New Foundation" of a more regulated, socially engineered and therefore more humane society, and they repay him with recalcitrance and outright opposition. Here he gave them Obamacare, the stimulus, financial regulation and a shot at cap-and-trade -- and the electorate remains not just unmoved but ungrateful. 


    Faced with this truly puzzling conundrum, Dr. Obama diagnoses a heretofore undiscovered psychological derangement: anxiety-induced Obama Underappreciation Syndrome, wherein an entire population is so addled by its economic anxieties as to be neurologically incapable of appreciating the "facts and science" undergirding Obamacare and the other blessings their president has bestowed upon them from on high. 


    I have a better explanation. Better because it adheres to the ultimate scientific principle, Occam's Razor, by which the preferred explanation for any phenomenon is the one with the most economy and simplicity. And there is nothing simpler than the Gallup findings on the ideological inclinations of the American people. Conservative: 42 percent. Moderate: 35 percent. Liberal: 20 percent. No fanciful new syndromes or other elaborate fictions are required to understand that if you try to impose a liberal agenda on such a demonstrably center-right country -- a country that is 80 percent non-liberal -- you get a massive backlash. 


    Moreover, apart from ideology is empirical reality. Even as we speak, the social democratic model Obama is openly and boldly trying to move America toward is unraveling in Europe. It's not just the real prospect of financial collapse in Greece, Spain, Portugal and Ireland, with even the relatively more stable major countries in severe distress. It is the visible moral collapse of a system that, after two generations of increasing cradle-to-grave infantilization, turns millions of citizens into the streets of France in furious and often violent protest over what? Over raising the retirement age from 60 to 62! 


    Having seen this display of what can only be called decadence, Obama's perfectly wired electorate says no, not us, not here. The peasants have seen the future -- Greece and France -- and concluded that it does not work. Hence their opposition to Obama's proudly transformational New Foundation agenda. Their logic is impeccable: Only the most blinkered intellectual could be attempting to introduce social democracy to America precisely at a time when the world's foremost exemplar of that model -- Europe -- is in chaotic meltdown. 


    And it isn't as if this political message is new. It had already been sent in the last year with clarion clarity in the elections in Virginia, New Jersey and Massachusetts where independents -- the swing voters without ideological attachment one way or the other -- split 2-to-1, 2-to-1 and 3-to-1, respectively, against the Democrats. 


    The story of the last two years is as simple as it is dramatic. It is the epic story of an administration with a highly ideological agenda encountering a rising resistance from the American people over the major question in dispute: the size and reach and power of government and, even more fundamentally, the nature of the American social contract. 


    An adjudication of the question will be rendered on Nov. 2.
For the day, the American peasantry will be presiding.    

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